Canto 1:
“Canta, oh diosa,
la cólera del Pelida Aquiles; cólera funesta que causó infinitos males a los
aqueos y precipitó al Hades muchas almas valerosas de héroes, a quienes hizo
presa de perros y pasto de aves - cumplíase la voluntad de Zeus - desde que se
separaron disputando el Atrida, rey de hombres, y el divino Aquiles.
Estos versos
iniciales indican la cólera de Aquiles
provocada por los actos de Agamenón y sus consecuencias desastrosas para los
aqueos (griegos).
La expresión
“presa de perros y pasto de aves” es una frase que se refiere a los cadáveres
insepultos que son carroña para los perros y las aves. Los griegos imaginaban
el Más Allá (reino de Hades) como el lugar donde iban todas las almas, pero si
se dejaba a alguien sin enterrar era considerado como el castigo más grande.
(…) Durante nueve
días volaron por el ejército las flechas del dios. En el décimo, Aquiles
convocó al pueblo al ágora: se lo puso en el corazón Hera, la diosa de los
níveos brazos, que se interesaba por los dánaos, a quienes veía morir.
Acudieron éstos y, una vez reunidos, Aquiles, el de los pies ligeros, se
levantó y dijo: -¡Atrida! Creo que tendremos que volver atrás, yendo otra vez
errantes, si escapamos de la muerte; pues, si no, la guerra y la peste unidas
acabarán con los aqueos. Más, ea, consultemos a un adivino, sacerdote o
intérprete de sueños – pues también el sueño procede de Zeus-, para que nos
diga por qué se irritó tanto Febo Apolo: si está quejoso con motivo de algún
voto o hecatombe, y si quemando en su obsequio grasa de corderos y de cabras escogidas,
querrá librarnos de la peste.
El
enfrentamiento entre Aquiles y Agamenón vino causado por el dios Apolo que provocó
la peste tras arrojar incesantemente sus flechas sobre animales y hombres.
Entonces Aquiles
convocó a la junta de jefes y al pueblo aqueo para averiguar, por medio del
arte de los adivinos o intérpretes de sueños la razón de la cólera de Apolo,
porque de otra manera tendrían que volver atrás.
(…)-¡Adivino de
males! Jamás me has anunciado nada grato. Siempre te complaces en profetizar
desgracias y nunca dijiste ni ejecutaste nada bueno. Y ahora, vaticinando ante
los dánaos, afirmas que el hiere de lejos les envía calamidades, porque no
quise admitir el espléndido rescate de la joven Criseide, a quien anhelaba
tener en mi casa. (…) consiento en devolverla, si esto es lo mejor; quiero que
el pueblo se salve, no que perezca. Pero preparadme pronto otra recompensa,
para que no sea yo el único argivo que sin ella se quede; lo cual no parecería
decoroso. Ved todos que se va a otra parte la que me había correspondido.
Cuando los
griegos saquearon la ciudad de Crisa, cerca de Troya, se repartieron el botín y
a Agamenón le tocó en el reparto una muchacha llamada Criseida, en calidad de
esclava.
Pero el
anciano padre de Criseida (sacerdote de Apolo) se presentó suplicante ante los
griegos con un inmenso rescate que Agamenón rechazó violentamente. No tuvo en
cuenta el dolor del padre, el dolor de la hija, ni el respeto al dios Apolo, al
cual el sacerdote representaba.
El adivino
dice que la causa de la cólera de Apolo es culpa de Agamenón ya que no había
querido devolver la hija al sacerdote ni admitir el rescate. Y aclara que,
hasta que no sea devuelta la chica, y se haga un sacrificio en honor al Dios en
la ciudad de Crisa, no habrá esperanza alguna en batalla.
Cuando
Agamenón oye la acusación, se levanta enojado y justifica su mala acción
hablando de su pasión por Criseida. Al final, decide devolverla a su padre,
mostrándose como un mártir por su pueblo. Pero pide otra recompensa similar
para salvar su nombre y poder, pasa de ser odiado a hacerse la víctima: “No
sería decoroso que me quedara sin recompensa”.
(…) exclamó Aquiles, el de los pies ligeros: -¡Ah,
imprudente y codicioso (Agamenón)! ¿Cómo pude estar dispuesto a obedecer tus
órdenes (…)? No he venido a pelear obligado por los belicosos troyanos (…) -no
se llevaron nunca mis vacas ni mis caballos, ni destruyeron jamás la cosecha en
la fértil Ftía, (…) sino que seguimos a ti grandísimo insolente, para darte el
gusto de vengaros de los troyanos a Menelao y a ti, ojos de perro.”
Finalmente,
Aquiles (quien tendrá que cederle a su esclava y amiga Briseida) toma la
palabra ante la demanda de Agamenón que ya ha logrado el favor del pueblo.
Enojado,
muestra que entre ellos hay un resentimiento que viene de mucho tiempo atrás ya
que Aquiles siente que Agamenón quiere todo para él, y que se queda con la
mayor parte de los botines, siendo esto injusto, porque no pelea como un
guerrero acorde a su recompensa.